Logo EspanaDiario.tips
Logo EspanaDiario.tips
Logo Messenger Espanadiario.tips
Logo whatsapp
Dos manos entrelazadas por un dedo

Tipos de apego emocional

El apego es el vínculo temprano que se establece entre el bebé y sus cuidadores principales.

Hablar del apego traslada el pensamiento de manera directa a la familia. El entorno familiar es el primer lugar de socialización del individuo: en ella se establecen relaciones de vinculación afectiva con los diferentes miembros que influyen de manera relevante en el comportamiento posterior del niño.

Las características personales y el modo de actuar y el de relacionarse están estrechamente relacionados con el tipo de apego que se ha producido en la infancia entre los padres y el infante. También lo están el modo de gestionar y expresar emociones y la futura elección de pareja.

A continuación vamos a mostrar qué es el apego, qué tipos hay según la teoría de John Bowlby, qué implicaciones tienen en la vida posterior del niño, cuáles son los comportamientos mayormente asociados a cada estilo de apego y de qué modo influyen en las relaciones íntimas.

¿Qué es el apego?

El apego es un vínculo afectivo que se establece desde los primeros momentos de vida entre la madre y el hijo o la persona encargada de su cuidado. Su función es asegurar el cuidado del recién nacido. El apego cumple un rol clave en el desarrollo psicológico del niño y en la formación de su personalidad.

El establecimiento del apego desde la infancia más temprana permite que se den dos fenómenos que harán del niño un ser más o menos dependiente y temeroso; nos referimos al sistema exploratorio y al sistema afiliativo.

El sistema exploratorio permite al bebé contactar con el ambiente físico a través de sus sentidos: tocan, miran e intentan introducirse en la boca todo lo que encuentran. Además no tienen miedo de pasar tiempo con otras personas; esto es debido al sistema afiliativo.

El apego se compone, según López (2009), de tres componentes: la construcción mental que permite establecer la relación de pertenencia e incondicionalidad, la unión afectiva que proporciona sentimientos de alegría y bienestar, y el sistema de conductas de apego focalizado en mantener un contacto privilegiado.

Así pues, de acuerdo con Moneta (2014),  la definición de apego puede quedar resumida en los siguientes puntos:

  • Es la primera relación del recién nacido con el cuidador principal (frecuentemente la madre), entendiendo por “principal” a aquel que es constante y receptivo a las señales del niño.

  • No termina después del parto o la lactancia, sino que continúa siendo la base de las relaciones afectivas a lo largo de la vida.

  • Relacionado con lo anterior, el apego hacia las personas que han sido significativas nos acompaña a lo largo de todo el desarrollo, incluso al llegar a ser adultos.

¿Cómo se establece el apego?

De este modo, desde el nacimiento, el bebé observa, toca y es reactivo a  todo le dice la figura principal de apego, que por lo general suele ser la madre. Sobre los 6 meses de vida, o bien, en el transcurso del primer año, se establece un vínculo de apego con la persona con quien tiene más contacto y aparece el miedo ante los desconocidos.

El apego es el encargado de proporcionar seguridad al niño en situaciones de amenaza. En concreto, un apego satisfactorio permite al pequeño explorar y conocer el mundo bajo la tranquilidad de saber que la persona con quien se ha vinculado va a estar allí para protegerlo.  

Cuando esto no ocurre, los miedos e inseguridades influyen en la manera en que el niño se comporta, lo cual repercutirá en su forma de relacionarse, en las reacciones que obtenga de los demás y en última instancia en su forma de interpretar el mundo.

Según los estudios realizados en 1979 por John Bowlby, principal autor de esta teoría, el apego es una relación afectiva que se establece desde el nacimiento hasta la muerte, y por lo tanto perdura a lo largo de la vida.

ones tienen en la vida posterior del niño, cuáles son los comportamientos mayormente asociados a cada estilo de apego y de qué modo influyen en las relaciones íntimas.

La teoría de John Bowlby

John Bowlby (1907-1990) fue un psiquiatra y psicoanalista infantil de origen inglés.  Dedicó gran parte de su vida a estudiar los efectos de la relación entre el cuidador principal y el hijo, en la salud mental del hijo (tanto a corto como a largo plazo). Es decir, propuso que dicha relación tenía efectos inmediatos así como en la vida del adulto.

Para analizar esto, Bowlby retoma los trabajos realizados anteriormente por la psicóloga estadounidense Mary Ainsworth, quien observó distintas interacciones entre madres e hijos bajo un procedimiento estandarizado que se conoce como la Situación Extraña.  

A partir de estas observaciones surgieron tres primeros tipos de apego: seguro, inseguro-evitativo y ambivalente. Bowlby había trabajado con Ainsworth y tiempo después retoma sus teorías  para ampliar la clasificación.

Luego de realizar estudios con niños institucionalizados por robo, y también con niños que habían sido separados de sus madres a edades tempranas, el psiquiatra concluyó que la capacidad de resiliencia de los menores estaba influenciada por el vínculo formado en los primeros años de vida.

Dicho vínculo es generalmente hacia la madre, ya que suelen ocuparse del cuidado, pero puede ser cualquier otra persona. En este sentido, el tipo de relación que se establece entre el bebé de pocos meses y su cuidador es determinante en la conducta y desarrollo emocional posterior.

Y, pese a quedar establecido durante la primera infancia, el apego en adultos continúa, ya sea hacia su madre o trasladado hacia otras personas significativas. Así mismo, el estilo de apego establecido durante la infancia  puede ser visible en los miedos o inseguridades del adulto, y en la manera de afrontarlos.

Los 4 tipos de apego (con ejemplos)

En la literatura sobre la crianza de los niños se encuentra gran cantidad de estudios que analizan el apego y la influencia que tiene en la edad adulta.

Por el impacto que el apego tiene en la formación de los esquemas emocionales durante todo el desarrollo, suele conocerse como “apego emocional”. No obstante, abarca muchas otras áreas  (aparte de las emociones) relacionadas con la forma de vincularse y de enfrentar conflictos.

Específicamente los que siguen la teoría de Bowlby sostienen que, según el tipo de apego, el impacto emocional y en el comportamiento del adulto será distinto. A continuación veremos en qué consiste cada uno de los tipos de apego propuestos por Bowlby, así como algunos ejemplos de su manifestación en niños y adultos.

1. Apego seguro

Este tipo de apego está caracterizado por la incondicionalidad: el niño sabe que su cuidador no va a fallarle. Se siente querido, aceptado y valorado. El comportamiento de los niños con apego seguro es activo, e interactúan de manera confiada con el entorno. Hay buena sintonía emocional entre el niño y la figura vincular de apego, lo cual se expresa en las etapas de desarrollo posteriores.

Por ejemplo, las personas que han tenido un apego seguro en la infancia suelen interactuar con sus iguales de forma saludable en la edad adulta.

No les supone un esfuerzo unirse íntimamente a las personas y no les provoca miedo el abandono. La dependencia es recíproca y no les preocupa estar solos. Es decir, pueden llevar a una vida adulta independiente, sin prescindir de sus relaciones interpersonales y los vínculos afectivos.

De acuerdo con Bowlby, este tipo de apego depende en gran medida de la constancia del cuidador.  Debe tratarse de una persona atenta y preocupada por comunicarse con el recién nacido, no sólo interesada en cubrir las necesidades de limpieza y alimentación del bebé.

Desde luego, el inconveniente es que esto supone una entrega casi total de parte del cuidador o cuidadora, lo cual puede resultar complicado para algunas personas.

2. Apego ansioso y ambivalente

En psicología, “ambivalente” significa expresar emociones o sentimientos contrapuestos, lo cual, frecuentemente genera angustia.  Por eso, en el caso de un apego ansioso-ambivalente el niño no confía en sus cuidadores y tiene una sensación constante de inseguridad (a pesar de que se esperaría lo contrario).

Las emociones que se presentan de manera más frecuente en este caso son el miedo y la angustia exacerbada ante las separaciones, así como una dificultad para calmarse cuando el cuidador vuelve. Durante la interacción con éste hay ambivalencia: enojo y preocupación, aunque la ausencia del cuidador genera ansiedad.

Es por ello que los pequeños con este estilo de apego necesitan la aprobación de los cuidadores y vigilan de manera permanente que no les abandonen. Exploran el ambiente de manera poco relajada y procurando no alejarse demasiado de la figura de apego.

En los adultos, el apego ansioso-ambivalente provoca, por ejemplo, una sensación de temor a que su pareja no les ame o no les desee realmente. Les resulta difícil interaccionar de la manera que les gustaría con las personas, ya que esperan recibir más intimidad o vinculación de la que proporcionan.

Así pues, podemos decir que un ejemplo de este tipo de apego en los adultos es la dependencia emocional.

3. Apego evitativo

Los niños con un apego de tipo evitativo han asumido que no pueden contar con sus cuidadores, lo cual les provoca sufrimiento.  Se conoce como “evitativo” porque los bebés presentan distintas conductas de distanciamiento. Por ejemplo, no lloran cuando se separan de cuidador, se interesan sólo en sus juguetes y evitan contacto cercano.

Esto ocurre porque el apego con el cuidado no ha generado suficiente seguridad, con lo cual, el pequeño desarrolla una autosuficiencia compulsiva con preferencia por la distancia emocional.  

Aunque la despreocupación por la separación pudiera confundirse con seguridad, en distintos estudios se ha mostrado que en realidad estos niños presentan signos fisiológicos asociados al estrés, cuya activación perdura por más tiempo que los niños con un apego seguro.

Estos pequeños aprenden a vivir sintiéndose poco queridos y valorados; muchas veces no expresan ni entienden las emociones de los demás y por lo mismo evitan las relaciones de intimidad. Con frecuencia son valorados por los otros como hostiles.

En el apego evitativo en la edad adulta, tal y como ocurre en la infancia, se producen sentimientos de rechazo de la intimidad con otros y de dificultades de relación. Por ejemplo, las parejas de estas personas echan en falta más intimidad en la interacción.

4. Apego desorganizado

Este tipo es una mezcla entre el apego ansioso y el evitativo  en que el niño presenta comportamientos contradictorios e inadecuados. En ocasiones se conoce como “apego irresuelto” y hay quienes lo traducen en una carencia total de apego.

Se trata del extremo contrario al apego seguro. Ocurre, por ejemplo, en casos de abandono temprano, cuya consecuencia en el niño es la pérdida de confianza en su cuidador o figura vincular, e incluso puede sentir constantemente miedo hacia ésta.

En estos casos los niños tienen tendencia a las conductas explosivas. Un ejemplo es la destrucción de juguetes, las reacciones impulsivas, así como grandes dificultades para entenderse con sus cuidadores y con otras personas.

Buscan evitar la intimidad pero no han encontrado una forma de gestionar las emociones que esto les provoca, por lo que se genera un desbordamiento emocional de carácter negativo que impide la expresión de las emociones positivas.

Los adultos que han tenido este tipo de apego de pequeños suelen ser personas con alta carga de frustración e ira, no se sienten queridas y parece que rechacen las relaciones, si bien en el fondo son su mayor anhelo. En otros casos, este tipo de apego en adultos puede encontrarse en el fondo de las relaciones conflictivas constantes.

¿Se puede cambiar el estilo de apego?

Todo esto es necesario interpretarlo desde un prisma integrador; lo cual implica que todas las interrelaciones que se producen desde el nacimiento hasta la edad adulta marcan el comportamiento del momento actual, y que el apego no es inmutable ni se mantiene en la misma medida en todas las personas a medida que el desarrollo progresa.

De este modo, haber tenido un apego ansioso no cataloga a esa persona como insegura de por vida. Las relaciones de amistad, laborales y de parejatambién influyen  en el tipo de apego y el rol que se mantienen con las nuevas figuras de apego.

Además, el comportamiento de todo individuo en una relación se ve mediado por la conducta del otro. Así, una persona con un estilo de apego evitativo en la infancia puede, por así decirlo, “aprender” a querer gracias a las conductas de apego seguro que le proporcionan su pareja u otras personas queridas, como puede ser un grupo de amigos íntimos psicológicamente saludables.

Es importante señalar todo esto porque actualmente existen múltiples factores psicosociales que tienen consecuencias importantes en la formación de vínculos primarios. Estos factores muchas veces escapan de las voluntades individuales de los y las cuidadoras.

Por ejemplo, la falta de conciliación laboral donde las madres trabajadoras se ven obligadas a dejar a sus pequeños con otras personas (cuestión que a muchas les puede generar angustia), así como la ausencia de esas otras personas para ayudar con el cuidado de los hijos o de servicios sociales que compensen.

Esto deja ver que  la tarea de formar estilos de apegos seguros compete a distintos actores, no sólo a las madres, los padres o las figuras vinculares cercanas. En todo caso, lo importante es desarrollar las estrategias convenientes para generar seguridad, con los recursos que tengamos disponibles.

Versión en inglés en HealthyWayMag: Attachment Theory: The 4 Styles And Consequences.

Referencias bibliográficas:

  • Bowlby, J. (1977). The making and breaking of affectional bonds. The British Journal of Psychiatry, 130(3): 201-210.

  • Garrido-Rojas, L. (2006). Apego, emoción y regulación emocional. Implicaciones para la salud. Revista Latinoamericana de Psicología, 38(3): 493-507.

  • López, F. (2009). Amores y desamores: procesos de vinculación y desvinculación sexuales y afectivos. Madrid: Biblioteca Nueva.

  • Monet, E. (2014). Apego y pérdida: redescubriendo a John Bowlby. Revista chilena de pediatría, 85(3): 265-268.